Por Cenobyte
Max Hemmann – Voz, guitarra
Vinzenz Steiniger – Guitarra
Martin Scheibe – Batería
Tim Camin – Bajo
Daniel Dettlev – Teclados
1. Infinite Logbook
2. The Man Who Rules The World
3. Atlas
4. To Give
5. To Take
6. Cargo
7. Norma Jean
“Atlas” es uno de esos discos que se beben muy lentamente. Amargo al principio, pero poco a poco su sabor va enganchando y adquiriendo el tinte un gusto propio. Demasiada melodía para quedarse solo en metal, demasiado técnica como para quedarse solo en rock, en su segundo álbum Motorowl han dado con la tecla.
El debut de los alemanes ya creó una onda expansiva dentro de los terrenos del psych rock, aunque todavía estaba muy aferrado a unas influencias que navegaban entre Uriah Heep, Black Sabbath y hasta Rainbow. Ahora con su segundo larga duración dan rienda suelta a la experimentación, y tanto teclados como sintetizadores son solo una de las piezas que florecen entre punteos, riffs, golpes y armonias vocales. “Atlas”, la canción que da título a este álbum es el ejemplo perfecto.
Y es que, aunque este disco se publique en 2018 sus raíces están clavadas décadas atrás. No es que hayan perseguido una producción ancestral, ni hayan grabado en analógico o pretendan meterse en el traje de otros, porque si algo hacen bien Motorowl es justamente jugar la carta de las bondades del siglo XXI en cuanto a la ingenieria de sonido. Su disco suena moderno en cuanto a las técnicas empleadas, pero vintage en cuanto a estilos. Cogieron lo que habían hecho en su debut de 2016 y lo empaparon en ácido para darle un toque personal.
El que canciones como “The Man Who Rules The World” resulten tan atractivas residen en la facilidad con la que pueden pasar de estilos dentro de una sola cancion, de momentos de psicodelia a gotas de post-rock, de progresivo setentero a proto-doom en solo 3 segundos. Lo que está claro es que este “Atlas” es un disco con canciones mucho más oscuras que su predecesor, con estructuras mucho mas complejas y con una ambición latente en la composición. 7 canciones en un frenesí de 45 minutos de locura y picos de intensidad que lo convierten en el disco perfecto para levantar el ánimo cuando uno está decaído.
Es un viaje sonoro por el espacio, a ratos llega a colocar por su dinamismo, y ha sido inteligente el hecho de no llenarlo de tantos arreglos hasta aburrir. La melancolia y siniestralidad de sus letras y sonidos son factores que premiarán a quienes tienen la paciencia suficiente para zambullirse en estos temas, para quienes no pierdan la cabeza con las guitarras de “To Take” aferrados a una camiseta de Candlemass. Nadie puede arrepentirse de escuchar este disco.